Ante mis ojos
Nubes desconectadas
Filtran el sol
Aves de queroseno
Descubren nuevos sueños
Ante mis ojos
Nubes desconectadas
Filtran el sol
Aves de queroseno
Descubren nuevos sueños
“- El sr. Tonooi se ha ido a Praga para hablar con Kafka. – comenta el gato blanco
– Pues se ha equivocado de siglo.- contesta el gato negro
– Bueno, no creo que eso le importe demasiado.- termina el gato blanco”
El otro día estuve en Praga. Mi primera intención era hablar con el sr. Kafka, lamentablemente se encontraba ocupado en otro siglo. Así pues, me enamoré de la ciudad por mi cuenta. No obstante siempre hay tiempo para todo, aquí les dejo algunas cosas de las que hice, por si les sirve de algo, que me imagino que no.
He despertado con el cielo cubierto. No me importa, simplemente lo añado al haber de esta ciudad. Le sienta bien cierta atmósfera turbia.
Debajo del puente de Carlos hay una pequeña parada de paquebotes que recorren el Moldava. Subo en uno, que si Dios quiere, no se hundirá en las próximas horas. En la cubierta; tabaco, aire, frío y agua en vieja mesa de madera con un te caliente. No hay razón ni sentimiento, tan solo serenidad junto al graznido de las aves… es el agua del Moldava. Al anochecer la serenidad tintará oscura.
Son las 9 de la noche y estoy sentado en un banco del barrio de Mala Strana contemplando una iglesia barroca entre el silencio de las almas ausentes. Los praguenses no disfrutan del barroco, para ellos es el símbolo de la pérdida.
Cientos de años han pasado desde que Roma impuso la contrarreforma. A pesar de este tiempo y del paso del comunismo y otros avatares; el dolor sigue grabado en el subconsciente de Praga. El barroco es el triunfo de Roma y en cierto modo puedo comprender a los checos… Hay cierta “maldad” en él, en su exagerada ornamentación, en su pan de oro; pero es aquí, en esta hermosa ciudad, donde el barroco es de un negro que hiere el alma… Praga esconde llagas tras su bella fachada.
Antes conseguí, no sin arduos esfuerzos, alcanzar el castillo. No lo entiendo, pero no conseguía llegar nunca. Según Kafka representa lo inalcanzable… por lo visto me transmuté en el agrimensor K.
El castillo es una ciudad dentro de la ciudad. Una ciudadela que gobierna al resto de la ciudad, la observa desde su atalaya sin murallas… pero algo hay que la separa del resto. No sabría definirlo…el “Hrad” es misterio. Una edificación gótica del s.XI imponente, bellísima… pero distante, altiva con el resto de la ciudad. El castillo se divisa desde cualquier rincón de la villa, pero su espíritu se aleja de ella. Praga esconde secretos si quieres buscarlos.
Aquí el transporte público es gratuito… bueno, en realidad no, pero es tan complicado pagar que no te compensa el tiempo dedicado. Así que no pago, pero nadie dice nada, igual para los naturales de Praga también es complicado…no lo se.
Los ciudadanos son muy amables. Me dan mucha sopa y cerveza. En poco tiempo, ya harto de sopa, decidiré que es el plato nacional checo. El camarero antes de acabar mi “pinta” ya me está sirviendo otra… es probable que mis percepciones de este primer día sean algo confusas. Me dejan fumar en el bar, oigo rock and roll y las chicas son bonitas. Vuelvo al hotel ante la inminente amenaza de una tercera cerveza.
Salgo con la noche puesta. Callejeando por el centro descubro un escondido pasaje que me conduce a la ciudad vieja. Escribo bajo luz de luna llena absorto ante la belleza que se descubre ante mi. En la plaza principal de este barrio antiguo no puedo sino sentarme y observar incrédulo y perplejo; confluyen de una forma inusualmente armoniosa gótico, renacimiento, barroco y modernismo. La iglesia oculta tras fachadas (Nuestra señora de Tyn), el antiguo ayuntamiento y su reloj astrológico… imágenes que perduran en mi retina. Los viandantes se integran en el lienzo perfectamente, puede ser debido a la amplitud de la plaza, o quizá sea un hechizo de luna. Sea como fuere estoy ante una de las plazas más bellas que vi jamás.
Es cierto que quería estar solo, lo sigo queriendo, pero duele mucho no poder compartir esta ilusión de realidad con alguien, es de los pocos momentos en los que la soledad pesa. Pienso en Silvia, en Lía, en Gra… e incluso en el señor Kihara.
He cenado en cualquier sitio. Después el deseo de la luna me ha conducido al puente de Carlos. El reflejo del Moldova y el castillo omnipresente de fondo. Vuelvo a morir.
PD: En caso de golpe de arte definitivo lego al sr. Kihara mis apuntes para que haga con ellos lo que más le plazca.